Llevo tiempo ahogandome, sin saber donde recuperar el aliento que me falta y en un pequeño rincón que no existe está este pequeño cajón de sentimientos dulcemente gestionados. La verdad que me ha costado dar con el, pero ha merecido la pena recordar, releer y comprender los breves gorgojeos de hace algunos años.
Necesito liberarme de esta carga que han dejado en mi nido, pero mi instinto me condena a seguir con la rutina de protegerlo, aunque no sea mio, aunque me quite mis pequeñas esperanzas. «Mi vida es un cementerio de esperanzas muertas» decía Cordelia, aquella pequeña pelirroja de Tejas Verdes.
Y en mi mente resurgen día tras día dos bálsamos: un hada vestida de púrpura y este lejano recuerdo:
«Hay una leyenda sobre un pájaro que canta solo una vez en su vida, y lo hace más dulcemente que cualquier otra criatura sobre la faz de la Tierra. Desde el momento en que abandona el nido, busca un árbol espinoso y no descansa hasta encontrarlo. Entonces (…) se clava él mismo en la espina más larga y afilada. Y, al morir, envuelve su agonía en un canto más bello que el de la alondra y el del ruiseñor (…) todo el mundo enmudece para escuchar, y Dios sonríe en el cielo. Pues lo mejor solo se compra con grandes dolores… Al menos, así lo dice la leyenda’’.
El pájaro espino o El pájaro canta hasta morir, Colleen McCullough